¿Alguna vez al conocer el pecado de alguna persona hemos dictado juicio como si fuéramos jueces? Pues sí, quizá inconscientemente o no, pero de igual forma hemos juzgado sin compasión y sin ver nuestros propios pecados. Es probable que también hayamos comentado las faltas de alguien más sin pensar en las heridas de esa persona, y sin tener misericordia.
Es claro que bíblicamente no podemos justificar el pecado pero tampoco podemos juzgarlo, ni condenarlo, ya que ni el Señor vino para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él. No juguemos a la Suprema Corte de Justicia porque no es nuestro papel (Veamos esta historia en Juan Capítulo 8).
Los escribas y fariseos llevaron una mujer donde Jesús que fue sorprendida en adulterio y le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo del adulterio. Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices? Mas esto decían tentándole, para poder acusarle. Pero Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo.
Sin dudas, era una trampa porque la ley exigía que se apedrearan ambas personas según Levítico 20:20, sin embargo, los líderes religiosos solo expusieron a la mujer no con el fin de buscar su restauración o perdón, sino para hacer caer a Jesús.
Y como insistieran en preguntarle, se enderezó y les dijo: El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella.
Jesús lleno de sabiduría dijo que el que nunca haya pecado tirara la primera piedra, porque si decía que no debía apedrearse a la mujer, lo acusarían de violar la ley de Moisés, y si los instaba a ejecutarla, lo acusarían frente a los romanos, ya que ellos no permitían a los Judíos llevar a cabo sus propias ejecuciones (Juan 18:31).
Pero ellos, al oír esto, acusados por su consciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros; y quedó solo Jesús, y la mujer que estaba en medio.
Ninguno de los que estuvieron ahí pudo enfrentar a Jesús después de esas palabras, pues cada uno sabía en su interior que también eran pecadores y no tenían la moral para seguir acusando a aquella mujer. Avergonzados y de seguro sin decir nada tuvieron que salir de aquel lugar uno a uno.
Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban?
Mas adelante Jesús le dijo que ni Él la condenaba pero también le indicó que no volviera a pecar. Mientras los demás la veían con desprecio el Señor la veía con ojos de amor, y mientras los demás querían juzgarla el Señor la quería perdonar.
Somos muy ágiles emitiendo juicio pero lentos manifestando perdón y compasión aun sabiendo que nosotros también somos pecadores que necesitamos redención. Nuestro papel es restaurar al caído, ponernos en su lugar, e instarlo en amor a no volver a caer.
‘’Dejemos de mirar con cara de asombro el pecado de los demás como si los nuestros fueran agradables’’.
Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado. Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo. Gálatas 6:1-2