Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo (Efesios 4:13).
Existen muchas características que nos distinguen de los incrédulos como la forma de hablar o vestir, nuestro comportamiento fuera del ambiente cristiano, la manera en la que nos oponemos a lo que bíblicamente Dios condena, entre otras formas que un hijo de Dios adopta cuando es un creyente maduro en la fe.
Pero los hijos de Dios tenemos más de una cosa en común; una de ellas es el amor que nos manifestamos unos a otros y bajo la luz de las Escrituras sabemos que el mundo nos va a conocer por eso, sin embargo el punto a enfocar es la Unidad que como iglesia no podemos dar por sentado sino que debemos trabajar para fortalecerla aún más.
La iglesia primitiva no solo perseveraba en la sana doctrina y en las enseñanzas de los apóstoles, sino que estaba en un mismo sentir. Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común (Hechos 4:32).
La iglesia de Corinto era lo opuesto a la iglesia primitiva; estaba dividida. Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer 1 Corintios 1:10.
Pablo dedica el capítulo cuatro del libro de Efesios para destacar algunos puntos que deben sobresalir para llegar a la perfecta unidad: humildad, mansedumbre, paciencia y amor. Cualidades que leemos y leemos pero que a veces padecemos por no practicarlas genuinamente. Para llegar a ese vínculo de la unidad necesitamos:
Ser humildes pero no de labios sino en forma y carácter; mansedumbre es decir, poder bajo control o razonar bíblicamente en medio de las dificultades; paciencia tolerando el mal sin procurar vengarlo o recibir el agravio sin querer retribuir al que nos ha hecho mal; por último pero no menos importante amar buscando el bien del hermano por encima de mí mismo.
De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan (1 Corintios 12:26).
Existen problemas los cuales causan divisiones que traen como consecuencia la salida de hermanos a otras congregaciones, desacuerdos en los ministerios, roces por malos entendidos o una incorrecta interpretación de un texto entre otros factores que se dan. No obstante, el enemigo precisamente eso es lo que busca, causar división entre los hermanos porque sabe el valor que tiene para Dios que su pueblo sea uno.
Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste (Juan 17:21).
Pensemos en lo importante que es para Dios que su iglesia sea una, que seamos humildes en reconocer nuestras faltas y que si depende de nosotros la unidad y lazo de la iglesia podamos dejar de lado el orgullo y ceder para no darle cabida a los planes del enemigo. Para que Satanás no gane ventaja alguna sobre nosotros; pues no ignoramos sus maquinaciones (2 Corintios 2:11).
Así que, todos los que somos perfectos, esto mismo sintamos; y si otra cosa sentís, esto también os lo revelará Dios. Pero en aquello a que hemos llegado, sigamos una misma regla, sintamos una misma cosa (Filipenses 3:15-16).